¿Tienes idea del efecto que tus palabras causan en los demás? Esta reflexión podría ser un punto de inflexión para plantearnos si deberíamos moderar nuestro discurso o también una vía para medir nuestro grado de empatía. Pero esta no es la pregunta que me planteo hoy, sino más bien ¿tienes idea del efecto que tus palabras causan en TI?

Aunque la comunicación es mucho más que palabras, también es cierto que el lenguaje verbal es la representación más evidente de aquello que queremos expresar. Desarrollamos nuestro vocabulario incorporando palabras que vamos aprendiendo a partir de imágenes o conceptos abstractos. Estas palabras son como las etiquetas que ponemos en los frascos para recordar lo que hay en su interior. Y esta es una cuestión clave para mí, porque suele ser frecuente que al llevar mucho tiempo utilizando la etiqueta ya no nos planteamos si el contenido del frasco sigue siendo el mismo o si así está bien rotulado.

Me explico, supongo que un día en mi niñez vi un árbol por primera vez y algún adulto de mi entorno, mi padre, una profesora… dedicaron un tiempo a que, mediante la repetición, yo asociara esa imagen a la palabra “árbol”. Ahora, con los años, casi todos los elementos de la naturaleza con un tronco, ramas y hojas para mí son árboles, y es probable que si algún botánico me oye refiriéndome así a algún espécimen de arbusto o mata, se lleve las manos a la cabeza. Dada mi escasa relación con botánicos y jardineros, esta cuestión puede tener poca transcendencia en mi vida cotidiana, sin embargo… piensa un momento ¿cómo aprendiste palabras como “libertad”, “amor”, “maldad” o “amigo”? ¿Qué contiene el “frasco” cuya etiqueta es alguna de esas palabras?

Seguramente, encontraríamos un cóctel de lo que te explicaron los adultos de tu infancia, mezclado con algunos conceptos académicos que estudiaste y aderezado con tus propias experiencias y reflexiones personales. Y esta es una de las principales causas por las que la comunicación resulta tan compleja; aparentemente utilizamos palabras que convenimos que quieren significar una determinada idea, incluso en caso de duda podemos consultar un diccionario, pero, en el fondo, mi palabra “pareja” o “hija” o “fidelidad” tiene un sentido singular y a la vez lleno de matices, y con ella trataré de expresar y experimentar lo que para mí representa.

Y hablo de “experimentar” lo que para mí representa, porque ese es un efecto determinante de nuestra comunicación. A saber, con nuestras palabras no sólo tratamos de representar la realidad que percibimos, sino que de hecho la creamos. Tal y como describen el efecto Pigmalión o la Profecía autocumplida, el adjetivo que elijamos para calificar un acontecimiento que va a suceder va a condicionar nuestras expectativas y por tanto la experiencia resultante. Así creamos también nuestros recuerdos y aquel encuentro que fue agridulce, después de relatarlo a amigos y conocidos como una tragedia, acaba siendo un encuentro dramático que preferimos ni mencionar.

Así que llegados a este punto de la reflexión, es el momento de volver a la pregunta que hoy planteo. Para responderla tendremos que empezar por reconocer que ya nos hemos dado cuenta de que en nuestro interior hay un discurso incesante; durante todo el día nos podemos encontrar teniendo conversaciones imaginarias con personas que no están presentes, dándonos sermones o compadeciéndonos por nuestra mala suerte. Así es como condicionamos nuestra experiencia vital, porque ya sabemos que esos pensamientos generan emociones. La  comunicación consciente nos invita a traer a la superficie ese discurso, revisar los contenidos de nuestros “frascos” y empezar a crear la realidad que queremos vivir y compartir ¿Te apuntas?

Por Marisa Durán · Consultora y Formadora en Desarrollo Vital

www.marisaduran.es

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